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martes, 17 de marzo de 2015

Cuéntame un cuento...



Quiero contaros una de esas historias, que sorprendentemente tienen un final feliz.

Hoy hace tres años que lo encontraron en el monte, junto a sus cuatro hermanos. Seres indefensos y casi liliputienses, abandonados a su suerte en un día frío de marzo. Aquellos peludines tuvieron la suerte de encontrarse (no sé quien encontró a quién) con una pareja que paseaba por los alrededores. No abrían los ojos, pero las ganas de vivir que tenían, hizo que los dos paseantes se detuvieran ante el gemido de alguno de ellos.

Tres machos y dos hembras, todos diferentes, cada cual de un color. La blanquita, la negrita, el gordi, otro negrito y el pequeñín atigrado. Los 5 peludines gemían y lloraban pidiendo abrigo y comida. Practicamente recién nacidos y destinados a entender el mundo humano, que nada tiene que ver con el canino.

Aquellos transeuntes criaron a los cinco, bueno al poco tiempo pasaron por desgracia a ser cuatro, con todo el amor y el cariño que alguien les quiso arrebatar cuando nacieron. 
- No sabemos de perros, decía ella, aunque habiendo criado a cuatro hijos digo yo que será igual.

Ya no se acordaban de las noches en vela cuando un bebé llora, sin embargo él se levantaba a masajearle la tripa a aquel pequeño atigrado, que parece que no hacía bien las digestiones.

Los dos machos y las dos hembras empezaron a abrir los ojos, motivo de alegría para toda la familia. Uno de ellos crecía paralelo a los demás, siempre hay uno más fuerte, el Gordi. 
-Ese es mi favorito, decía yo. El Gordi, rebosaba salud, estaba bien alimentado y avanzaba más rápido que el resto.

La Blanquita era la versión Gordi en hembra. La más grande, la que más rápido se desarrolló y la primera que empezó a ladrar pidiendo las cosas.

Los dos pequeños eran la Negri: puro nervio, pequeña, vivaracha, despierta, audaz, negra como un tizón y todo esto sin abultar más que un pulgar. Y el atigrado, que se pasó a llamar Lorenzo. No conozco exactamente el porqué de este nombre, pero con el tiempo, como los marqueses, pasaría a tener un segundo nombre e incluso un tercero.

Este pequeño Lorenzo comía poco, mal y evolucionaba más lento que el resto de la camada. En varias ocasiones temimos por su vida, noches en vela, visitas al veterinario... 

El destino quiso, o quizás no fue el destino, que aquel Lorenzo luego llamado Enrique, se quedara a vivir con nosotros. Al resto de los hermanos se les buscó y encontró una familia que los adoptara y los quisiera, gracias al tesón de aquellos paseantes que los criaron con todo el amor que aquella madre biológica no les pudo dar. Sacaron a casi toda la camada adelante (aquel pobre negrito no lo consiguió). 

Lorenzo-Enrique y ahora Kike, pasó a vivir con el hijo y la novia de aquellos transeúntes y ahora vive feliz rodeado de una familia humana que le quiere. Siempre fue el más débil, aunque a veces creo que fue una estrategia que utilizó para quedarse con nosotros. Siempre funciona el "Ay pobre". Y hoy en día sigue pareciendo un pobre peludín indefenso, con sus miedos y sus cosillas, que la gente cuando lo ve dice "Ay pobre,"

Hoy Kike se ha despertado entre besos y junto a su comida de la mañana le han mezclado una longaniza "cosa de perros". Pasado mañana, sus abuelos y criadores quieren hacer una comida para celebrar que nos encontró hace 3 años. Le he comprado un 3 para ponerlo en el pastel de carne que le hará su abuela "cosa de humanos".

"Pobre Kike" ¡gracias por estos tres añitos! y Felicidades a todos tus hermanos.


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